Lo siguiente es la homilía del Obispo Gerald Barnes a las 8:30 a.m. el Domingo de Pascua en la Iglesia Nuestra Señora de Guadalupe en San Bernardino el 16 de abril.  Hoy celebramos el acontecimiento más importante en nuestras vidas. Escuchamos el Evangelio que proclamó nuestro diácono. La escritura dice que era de mañana y que todavía estaba oscuro y María iba camino a la tumba.
 “Todavía estaba oscuro”. Eso es un símbolo de que las cosas no estaban bien. Había desaliento, y desilusión, una sensación de tristeza, una sensación de temor. Había un sentimiento de preocupación y pérdida…y ella va a la tumba. Es importante notar que a ella no le intimidaba ir, ella fue.  

Pueden imaginarse lo que a ella le preocupaba, voy a ungir este cuerpo, preparar este cuerpo, pero hay una piedra, una piedra enorme y pesada frente a la tumba. Me parece a mí que su preocupación debe haber sido – ¿quién me va a ayudar a mover la piedra? ¿Cómo voy a entrar a esa tumba y hacer lo que necesito hacer?  Sin embargo, cuando ella llega, la tumba está abierta. Alguien había movido la piedra. Ella vio eso y creyó, porque recordó lo que el Señor había dicho, y corrió entonces para compartir esa información con los discípulos. Ellos saben que ha ocurrido un milagro porque después ellos se encuentran con el Señor Resucitado. ¿Pueden imaginarse todo ese desaliento y desilusión, toda la preocupación y la sensación de pérdida, todo el temor y la frustración? Todo ha desaparecido, no existe más. Hay alegría. Toda esa carga que los frustraba, cansaba y agobiaba se había desvanecido.
 ¿Pueden imaginar esa sensación? Porque ustedes y yo a veces nos sentimos tan agobiados que es difícil sobrellevar un día y llegar al siguiente. En ocasiones estamos tan preocupados, tan frustrados. En ocasiones estamos tan tristes, y que todo eso se desaparezca, desaparezca de nuestras vidas, se desvanezca…¿pueden imaginar la alegría y la paz que se siente? Eso es lo que ellos sintieron: ser liberados de las cargas que impiden que las personas vivan realmente su vida, para ver las cosas de una manera diferente. Y ahora su propósito en la vida era ver las cosas como se ven desde arriba – como Dios ve las cosas. Entender que Jesús había venido a este mundo y había dado su vida por nosotros para que pudiéramos renacer y ver la cosas de una manera diferente, ver las cosas ahora con los ojos de Cristo, no ver las cosas como una carga y como un peso, y tristes y frustrantes y malas, sino ver las cosas con la esperanza que las cosas van a mejorar, que nuestra vida tiene un propósito hasta el día de nuestra muerte.
 Ese es un mensaje tan necesario en el mundo de hoy - que ustedes y sus hijos y sus nietos necesitan ver, no sólo escuchar. Porque una de las palabras clave en el evangelio es la palabra “ver”. Ver donde él yacía, ver que ya no está en esta sala, ver y vivir esa nueva manera de ver.  Y hoy la gente necesita ver en ustedes y en mí que hay algo mejor; hay algo por lo que vale la pena vivir, no hay necesidad de vivir en frustración y tristeza y resignación. Vivimos en la esperanza de que las cosas pueden ser mejores porque el Señor ha sido resucitado de entre los muertos. Y vive en ustedes y en mí. ¿Quién no quiere que sus hijos tengan una vida mejor? Ir en pos de las cosas de Dios y no las cosas de Satanás que les traerán tristeza y desaliento, que pondrán fin a sus vidas prematuramente; que los llevarán a las adicciones y ambiciones que no son saludables. ¿Quién no quiere lo mejor para sus hijos? Nos corresponde a ustedes y a mí revivir la historia y señalar las cosas buenas que hay en el mundo.
 Ahora, sus discípulos estaban llenos de una nueva manera de ver, una nueva manera de vivir. Pero eso no significaba que su pobreza y las injusticias del mundo hayan sido eliminadas, significaba que ahora ellos sabían cómo sobrellevarlas con esperanza, sin darse por vencidos, sin terminar sus vidas en temor y frustración y tristeza. Era una manera de vivir. Y también sabían que Dios los amaba. Como ven, el gran milagro no es sólo que Jesús resucitó de entre los muertos. El gran milagro es que nuestras vidas pueden cambiar, que podemos creer que cada uno de nosotros es hijo e hija de Dios.
 Cuando entramos a la iglesia, la mayoría de nosotros generalmente tomamos el agua bendita y nos santiguamos con esa agua bendita. Algunos lo hacemos de diferentes maneras. Algunos no prestamos realmente atención, estamos hablando con alguien mientras caminamos rápidamente, buscando un asiento. Pero tomamos esa agua bendita. Recordemos lo que significa para nosotros hoy, porque esa nueva agua bendita será esparcida sobre nosotros una vez más. Cuando Jesús fue bautizado y salió del agua se escuchó una voz que decía: “tú eres mi hijo amado”. Y cuando ustedes y yo tomamos esa agua bendita y nos santiguamos en conmemoración de nuestro propio bautismo, la misma voz les dice a ustedes “Tú eres mi hijo amado, tú eres mi hija amada”. A veces lo olvidamos. Olvidamos cuánto nos ama Dios. Nos rendimos a las fuerzas de las tinieblas, olvidamos que hay luz y que Jesús es la luz del mundo. Eso es lo que celebramos hoy; reconocemos una vez más que Dios nos ama. Hoy tendrán la oportunidad de renovar sus promesas bautismales, dedicando sus vidas a las cosas del cielo. En otras palabras, vivir la vida de Cristo aquí en este mundo, ser una señal de esperanza para sus familias, para su vecindario y para nuestro mundo.
 Miren lo que está pasando en nuestro mundo hoy; falta de confianza, división incluso entre nuestras familias; falta de respeto por otras personas y por lo que eligen creer; temor a la guerra, el desplazamiento de pueblos; refugiados que huyen de sus hogares en todo el mundo; deportaciones de personas que han vivido en este país diez, veinte, treinta años. Todos tenemos que ser señales de que las cosas pueden ser mejores y que las cosas serán mejores. La Pascua es un tiempo para renovar nuestra fe en nuestro Dios, para reafirmar que somos hijos de Dios, amados por Dios. Y que somos señales de esperanza los unos para los otros. Que esta sea una nueva Pascua para ustedes. Que reafirmen ustedes quienes son, hijos de Dios. Y que sepan siempre que son hijos amados del Padre.