Se ha escrito como un hecho científico y una observación poética que la hora más oscura de la noche es justo antes de la aurora.


 En un sentido espiritual, esto refleja también el ritmo del Triduo Sagrado al que entraremos en cuestión de días. El dolor y la desolación que sintió nuestro Señor Jesús en Su Pasión (Viernes Santo) dieron paso a la gran victoria de Su resurrección de entre los muertos (Domingo de Pascua) y con ella la promesa de nuestra salvación.
 Cuando iniciamos este recorrido de la oscuridad a la luz, estamos invitados a unir nuestros propios sufrimientos a los del Señor Jesús al morir por nosotros en la cruz. Hacer esto es reconocer las partes de nuestra vida que pueden ser difíciles de enfrentar; personas que nos han lastimado, o personas que hemos lastimado, sucesos traumáticos, pérdidas, amenazas a nuestra salud y seguridad, y otras circunstancias difíciles en nuestra vida.
 Si bien nuestra fe nos llama a vivir con alegría y esperanza, es un gran error que nosotros, como cristianos y basados en nuestras creencias, neguemos o nos volvamos insensibles al dolor y al sufrimiento. En verdad, es por nuestra fe que podemos sobrellevar las pruebas y tribulaciones de nuestras vidas. El Señor, como dicen, “nunca nos prometió un jardín de rosas”, pero nos promete dos cosas a este respecto: No enfrentaremos nuestras penas solos; Él está siempre con nosotros. Y, por su propio sacrificio, al final de nuestros días terrenales, estaremos con Él en la eternidad. El dolor termina y estamos en la luz perpetua. ¿Les suena conocido?
 Estos últimos meses han sido especialmente difíciles, tanto para nuestra Iglesia Universal como para muchos que sirven en ministerio en nuestras parroquias, escuelas y oficinas diocesanas. La crisis de abuso sexual por parte de clérigos continúa causando gran dolor, inquietud y serias interrogantes entre los fieles. En lo que va de 2019, hemos sufrido la muerte de tres queridos sacerdotes de nuestra diócesis, y tres diáconos que nos han servido fielmente. Varios ministros laicos en nuestro Centro Pastoral Diocesano han perdido a familiares cercanos. Yo, personalmente, sufro la pérdida de dos de mis hermanos que fallecieron en las primeras semanas de marzo.
 Sé que hay muchas personas y familias que están de luto y que sufren. Les ofrezco mis oraciones en los momentos en que cargan sus cruces, y les pido sus oraciones al cargar yo la mía. Es en este amor y apoyo en comunidad que nos ayudamos mutuamente en el camino hacia el Calvario. Sí, nos unimos con el Cristo crucificado en nuestros propios sufrimientos, pero también estamos llamados a asumir los papeles de Simón y Verónica, reconociendo los sufrimientos de nuestros hermanos y hermanas y ayudándolos de cualquier manera que nos sea posible.
 La Cuaresma está por concluir, y se acerca y el Triduo Sagrado. Usemos estos postes de luz litúrgica de nuestra fe al sobrellevar las dificultades reales de nuestras propias vidas, mirando siempre al horizonte y con nuestra esperanza en la Resurrección.