Maria Antonia Amao  La Iglesia siempre ha interpretado la selección de los “siete hombres de gran reputación” en Hechos de los Apóstoles 6,1-6 como el inicio del origen del diaconado como un ministerio único del servicio cristiano. Los apóstoles nombraron a estos hombres para que asistieran en las necesidades de las viudas de habla griega en la Iglesia antigua de Jerusalén. La institución del orden de los diáconos por los apóstoles nació de una temprana necesidad de servicio en la Iglesia, ya que los apóstoles no podían atender a todas las necesidades. La solución fue en instituir a siete hombres de buena reputación para que los asistieran en el ministerio. A través de la imposición de las manos y la plegaria de ordenación ellos encomendaron a estos hombres el ministerio de servir en la mesa.  

San Pablo describe las cualidades particulares que todo hombre necesitaba para ser considerado al orden del diaconado (1 Timoteo 3,8-13). Se puede deducir, en base a otros textos del Nuevo Testamento, que los diáconos en la Iglesia primitiva predicaban (San Esteban, Hechos 6-7), bautizaban (San Felipe, Hechos 8), y servían en la comunidad. Con la propagación de la fe en la Iglesia naciente, los diáconos comenzaron a tener funciones litúrgicas.

 Por Maria Antonia Amao